Promesas de sangre. Cap. 3

Capítulo 3. El amor se acaba y el corazón deja de latir.


Lavó sus manos minuciosamente como si fuera a practicar un trasplante de corazón. Procuraba que el jabón llegara entre sus dedos e incluso puso especial atención en las uñas. Secó sus manos muy tranquilamente y entonces se dirigió a su maleta. Observó el contenido de esta como decidiendo que tomar primero. 
Lo primero que hizo fue abrir un compartimento interior que tenía la maleta del cuál sacó unos guantes de látex que por consiguiente, se colocó. Nuevamente se miró al espejo y se contemplaba así mismo de tal modo que parecía admirarse. Subió las manos a la altura de su rostro y observó lo ajustado que estaba el látex en sus delgados dedos. 
Abrió una bolsa de plástico de donde sacó unas cuerdas de algodón que parecían delgadas pero que en realidad eran bastantes resistentes. Tomó una pañoleta y la enrolló formando una pequeña pelota con ella. También tomó un rollo de cinta industrial que tenía en la misma bolsa. 
Revisó el bolsillo de sus pantalones y extrajo un cuchillo que había robado del restaurante donde habían ido a comer. El cuchillo aún tenía algunas manchas de comida por lo que lo lavó antes de que lo volviera a utilizar. 

Su respiración era muy tranquila. Su mirada desquiciada. Sus intenciones eran crueles. Sus sentimientos eran reales.

Tomó el picaporte y abrió la puerta. No vacilaba en lo que acontinuación iba a hacer.

Ella escuchó el ruido de la puerta abrirse y se irguió en la posición que estaba. Lo único que vio fue la silueta de él que se marcaba por estar a contraluz de la iluminación del baño. Pudo observarlo ahí, parado e inerte sin decir nada. De sus manos colgaban unas cuerdas y eso la confundió bastante. 

—¿Gustavo? ¿Qué pasa? ¿te encuentras bien? —preguntó inocentemente sin saber lo que le esperaba.

Gustavo no cedió una sola palabra pero sí hizo un frío y contundente contacto visual. Apretó los puños y caminó hacia ella de manera pausada y silenciosamente. En cada paso que daba y quedaban marcados sus pies en la alfombra, Clarissa podía sentir la aceleración que en su asustado corazón ocurría. 
Para cuando él estaba en frente de ella, los corazones de ambos estaban a punto de sufrir un paro cardíaco. Uno de emoción y el otro de espanto.

Acercó su mano al rostro de Clarissa y con el dorso de sus dedos le acarició la mejilla. Ella estaba atónita, tratando de darle una explicación a lo que sucedia. Tenía que tratarse de una broma —pensaba. Entonces sintió como las cuerdas ásperas y sucias que él tenía entrelazadas en los dedos de su mano le raspaban la piel. Eso la asustó todavía más.

Apenas intentaba hacer todo tipo de preguntas en cuanto a su comportamiento cuando en un movimiento fugaz Gustavo introdujo a su boca la bola hecha con la pañoleta mientras la empujaba de espaldas a la cama. Un rudo forcejeo se desató entre la pareja, pero indudablemente Gustavo era quien iba a ganar la repentina batalla.
La sujetó por las manos, y con notable experiencia, logró enredar la cuerda en sus muñecas tensándolas hasta que por fin las unió fuertemente. Sentado encima de ella, y haciendo uso de su fuerza, inmovilizó aún más a la que hasta hacía unos instantes juraba dar todo por ella.
Echó su manó hacia atrás para alcanzar la cinta que tenía en el bolsillo de su pantalón y con los dientes la fue despegando hasta cortar un trozo que le pondría en la boca para evitar que Clarissa escupiera el pedazo de tela que le había puesto en la boca.

¡Había logrado lo que necesitaba! Ahí la tenía a su merced. Inmovilizada. Asustada. Frágil.

Sus grandes y hermosos ojos estaban completamente abiertos y llenos de lágrimas ante la impotencia de no poder gritar para pedir ayuda. Rápidamente se le habían hinchado y su maquillaje ya se le había corrido por todo el contorno como si hubiera estado bajo la lluvia por un rato. Su cuerpo comenzó a sucumbir por los estragos del horror que estaba viviendo y una temblorina se apoderó de ella mientras en su cabeza se imaginaba que lo peor estaba por venir. —Y en eso tenía toda la razón—.

Gustavo fue dejando de poner presión en su cuerpo al ver que no le iba dar tanto problema controlarla, pues el miedo ya le estaba haciendo el favor de inmovilizarla. Aprovechó para acariciar nuevamente su rostro mientras observaba el resto de su cuerpo. Una vez más sus miradas hicieron contacto, y sin decir una sola palabra, él podía entender claramente que le pedía que la soltara y la dejara en paz; pero lejos estaba de querer hacerlo.

Shhh... no temas, preciosa... ya me tienes junto a ti como querías —le susurró cerca del oído.

Con un movimiento brusco le desgarró la blusa que traía dejando al descubierto su torso. Seguido de eso, le desabrochó el pantalón y la despojó de su prenda jalándola hacia abajo hasta dejarle las piernas totalmente descubiertas. ¿Acaso abusar de ella fue el propósito desde un inicio? Seguro es lo que ella pensaba en ese instante.

Su sádica mirada era tan impredecible que Clarissa no sabía cual iba a ser su siguiente movimiento. 

Sujetó con delicadeza el cuchillo que tenía y se lo fue pasando por toda su piel dejándole sentir lo frío que estaba el metal. Era una sensación que Clarissa nunca había experimentado. Estaba muy lejos de lo que ella pensaba pudo haber sido un encuentro íntimo con él. 

Una sonrisa apareció en su cara de Gustavo tras haber permanecido mucho rato con tanta seriedad. A punto se encontraba de ejecutar su macabro plan.

Cortó una mecha de su cabello de Clarisa y lo metió a uno de sus bolsillos pues lo quería como un recuerdo de aquel encuentro que se estaba dando, no sin antes aspirar el delicioso aroma que poseía.

Pronto se descubrió que lejos era su intención de violarla. Lo que en verdad quería iba más allá de un abuso a su persona.

Nuevamente sacó a relucir su instrumento de tortura y estaba por empezar a usarlo. Lo deslizó un poco por sus brazos; desde sus manos hasta su hombro. Mientras desplazaba el cuchillo, lo iba presionando más y más hasta que logró romper su piel. Sí, logró romper la piel en vez de cortarla ya que el chuchillo carecía de filo, por lo que penetrar la epidermis requería de mucho más esfuerzo y esto generaba mucho más dolor para ella y a la vez más placer para él.
Dentro de su mente retorcida y enferma, ver brotar los primeros rastros de sangre le causaba tanta alegría que su sed apenas estaba empezando a saciarse.
Las blancas y fantasmales piernas de Clarissa eran un exquisito afrodisiáco que no se podía perder. Se inclinó un poco para llegar a ellas y les dio un par de besos. Acarició sus muslos y sintió la firmeza de estos. No dudo ni un instante en clavar el chuchillo con todas sus fuerzas y de un sólo golpe.
Clarissa puso el cuerpo tan rígido como sus fuerzas se lo permitian para intentar calmar el dolor que esa salvajada le había causado. El esfuerzo fue en vano pues el sufrimiento era insoportable en esos instantes. Mientras más sentía como el cuchillo se desplazaba adentro de ella, más pensaba en su familia, y Gustavo, más desalmado parecía.

Tomó a Clarissa por el cuello y la apretó sin querer asfixiarla de inmediato. Aprovechó la confusión y comenzó a desgarrar su otra pierna. Esta vez lo hizo como si quisiera escarbar hasta llegar al hueso; y efectivamente así fue. La carne desflorada escurría por todos lados y las sábanas de la cama dejaron de ser blancas para empezar a tornarse en color vino tinto.

Comenzó a seguir esa práctica y perforó y cortó cada parte de su cuerpo que se le ocurría. Hizo cortes entre sus dedos de los pies. Le levantó varias uñas de las manos. Poco faltó para arrancarle una oreja. Talló la palabra "amor" en sus pechos. Le hizo una incisión en su ombligo. Retiró parte de la piel de la rodilla. Entre otras cosas que una persona sana no sería capaz de imaginar.

Lo único que no se atrevió a tocarle fue el rostro. Ese rostro angelical que tenía y que ahora no era más que un lienzo que reflejaba un rostro que pasaba por sufrimiento y dolor.
Clarissa poco a poco perdía más y más sangre y era obvio que en cualquier momento se iba a desvanecer, por lo que Gustavo lo tenía tan calculado que antes de eso debía terminar con ella.

Perforó su hombro hasta atravesarlo por completo. Al no poder gritar, su mente entró en colapso y tenía ligeras pérdidas de conocimiento. 

De pronto, Gustavo se aproximó a ella y lamió su mejilla muy pausadamente, recogiendo un poco de sangre que le había salpicado entre tanto corte. Aunque casi inconsciente  su sistema nervioso todavía funcionaba y detectaba algunas sensaciones, por lo que le causó demasiada repugnancia sentir que era lamida como un trozo de carne.

Gustavo pensó que ya era demasiado el estar jugando con ella así que se acercó a su oído y le dijo: "Mis promesas de sangre siempre las cumplo, querida...". Terminando de decir esa frase, apretó con todas su fuerzas el cuchillo y rebanó su cuello como si fuera un pastel de cumpleaños. 
La sangre se esparció por todos lados, incluso dejándole salpicaduras a él sobre su rostro y ropa.

El corazón de Clarissa dejó de latir por él, literalmente hablando. 

Ya sin pulso, sin brillo en los ojos, sin ilusiones y sin vida, Gustavo por fin dejó de molestarla. 

Se sentó en el piso apoyando la cabeza en el borde de la cama y viendo al techo como reflexionando sus actos. Miró su reloj y volvió a mirar el techo pero esta vez dejando escapar por toda la habitación el eco de unas risas sarcásticas. 

Pasados unos minutos se levantó y tomó su teléfono. Comenzó a escribir un mensaje de texto:

Cariño, pude resolver mi pendiente antes de lo planeado así que ya no tengo compromiso. Mañana mismo me regreso a Mérida y comenzamos a planear nuestro encuentro. Estoy ansioso por verte... 



FIN

9 comentarios:

Novak dijo...

Yo sé que me tardé un chingo en terminar la historia pero he estado muy ocupado en el trabajo y tuve unos ligeros problemas de salud la semana pasada que complicó aún más la realización del final.

Gracias a todos los que me estuvieron pidiendo que me apurara, aprecio mucho su interés.

Los quiero, estupeds. :)

✿мαяє dijo...

¡Me encantó! Manejaste muy bien los tiempos, detalles, todo. Sobretodo el giro que dio, pensé iba a estar enfermo y oh sorpresa. Muy buena tu historia, deberías hacerlo más seguido eh, tendrías una lectora segura. Sacaré impresión y me firmas después jaja. Felicidades señor escritorcito :)

Anónimo dijo...

Quedé sorprendida. Jamás me hubiera imaginado todo lo que ocurriría después. Estoy impactada y un poco asustada también 0.0

Me gustó mucho toda esta historia, espero leer algunas más en un futuro no muy lejano ;)

Gracias por compartirla.
Te quiero, gordo enojón de mi amor :*

Diana. dijo...

La verdad pensé que iba a terminar todo cursi y porque despistaste con ese pedazo... you know.

Excelente final.

Besho.

Novak dijo...

Mare: Pues hello, de hecho ¡sí está enfermo! ¿qué no leíste todo lo que le hizo a la pobre Clarissa? D:
¿Te voy a firmar a ti o a la impresión? No me quedó claro. D:
Gracias por los ánimos. :)

Gorda: No te asustes, esas cosas sólo pasan dentro de mi cabeza. :)
Y estaré escribiendo más historias. Ya tengo algunas ideas.
Pinche, gorda, cómo te quiero. ♥

Diana: Si pensaste que el final iba a ser distinto entonces hice algo muy bien. (Y)

aLe dijo...

¡que miedo! Ya no quiero conocerte,no vaya siendo.
La verdad estuvo muy bueno,me encanto el final totalmente inesperado.
Felicidades, te luciste.

Anónimo dijo...

Sí, por favor. Quiero leer más historias como ésta.

Pinche gordo, deja de maltrarme o te dejo de querer.

Alexander Strauffon dijo...

Traes buen flow, Novak. Muy bien.

Un aplauso, y me quito el sombrero.

Ah chinga, no; yo ni uso sombrero.

Saludos.

SusyBlog dijo...

Vaya vaya vaya ....

Quien te viera.
Nada más me voy por unos meses y ya hasta fumas de esas cosas ...

Saludos
Su.

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