Promesas de sangre. Cap. 1

Capítulo 1. Mi felicidad al verte.


Eran las 7:30 de la noche. La página de la aerolínea confirmaba una transacción exitosa. El vuelo a Guadalajara había sido comprado y era cosa de esperar un mes para que él por fin la conociera.
Tomó su teléfono y le mandó un mensaje para avisarle que todo había salido bien y nada más faltaba esperar el día. 
—Nena, ¡adivina!, acabo de comprar las boletos. Falta poquito para vernos —dijo con una sonrisa dibujada en su rostro.
Ella no respondió en el momento porque seguramente no lo había visto en ese instante, pero en cuanto lo hiciera, no había duda de que le iba a responder con tanta felicidad como era de esperarse. 

Bajó la tapa de la computadora, entrelazó sus propias manos llevándolas a su mentón y Gustavo comenzó a imaginar el momento en que sus cuerpos se fusionarían en un abrazo tan cálido y tan anhelado desde hace mucho tiempo. Él cerró los ojos y pensó en aquella promesa que le había hecho cierta noche, aquella promesa que se veía obligado a cumplir no porque su palabra estuviera en juego sino porque era algo que necesitaba sentir.
Comía un sandwich de atún acompañado de un jugo de arándano cuando ella, Clarissa, le marcaba al teléfono; seguramente para que le contara más detalles acerca de la hora del vuelo y del día en que se conocerían en persona. Y así fue. Pasaron un rato en el teléfono sin fastidiarse en ningún momento.

La relación llevaba ya casi 4 meses, y aunque para ellos les resultaba poco tiempo, en realidad para ese entonces ya habían compartido demasiadas cosas, cosas que fortalecía los lazos de esa relación. Secretos, confesiones, declaraciones, extensas pláticas, fotografías, alegrías, tristezas, ilusiones... todo, absolutamente todo se compartían; por ello la urgente necesidad de verse lo antes posible para estar juntos y comprobar que eso que sentían a lo lejos no se iba a comparar con lo que sentirían al tocarse, al verse de frente, al estar uno junto del otro.

Los días pasaban y con la idea de que pronto se verían, comenzaron a sufrir de nervios y estrés. ¿Quién los pudiera culpar? No eran los mismo nervios que se experimenta justo antes de presentar un examen. O los nervios de esperar el día que sale a la venta el nuevo disco de tu artista favorito. Ni siquiera se parecía a los nervios que se dan al ver a tu equipo de fútbol jugarse una final. 

Las pláticas por Internet de cada noche nunca faltaban, y bajo cualquier pretexto sacaban a relucir las horas que restaban para verse y divertirse juntos. Era común que se quedaran viendo el uno al otro, recostados en sus camas, hasta quedarse dormidos con las computadoras encendidas y entresoñándose a detalle.

Para Gustavo sería su primera vez en Guadalajara, y aunque había escuchado que era una de las ciudades más bonitas del país y con muchísimos lugares por visitar, lo único que él quería era pasar todo el tiempo a su lado. Ella tampoco tenía muchas intenciones de llevarlo a conocer toda la localidad; lo único que Clarissa deseaba era que la conociera más a ella y por supuesto, ella conocerlo a él.

Unas pocas semanas después, con maletas listas y con el temple en las manos de un enfermo de mal de Parkinson, Gustavo se dirigía al aeropuerto para cumplir uno de sus más recientes sueños. En el camino iba mensajeando con ella para indicarle que estaba a punto de partir hacia su destino. 
Llegó la hora de abordar y ambos se despedían como si no se fueran a ver en escasas 3 horas.
Mientras ella veía por la ventana los aviones aterrizar, se preguntaba si en cada uno que descendía se encontraría él. Luego de hora y media de esperar desde que llegó a la terminal aérea, por fin se aproximaba el gran momento.

Ambos se vieron a lo lejos y se reconocieron de inmediato. Los pasos que daban parecían ser insuficientes y no quedaba más que apurar la marcha. Mientras se acercaban, la gente que pasaba a su alrededor no imaginaba lo que ellos particularmente sentían. No podrían siquiera pensar un poco lo que para esas dos personas significaba ese encuentro.
Cuando finalmente pudieron estar frente a frente fue muy notoria la reacción de aquellos enamorados, pues en sus ojos se veía algo más que un brillo; y en sus miradas, se reflejaba algo más que la ilusión que antes figuraba en sus mentes. Ahora todo era una realidad.

Ella fue quien lanzó la primera palabra, y aunque su lengua estaba un poco paralizada y medio entumida, logró articular.

—Hola, Gustavo —le dijo con una sonrisa muy tímida.
—Hola, Clarissa. Te prometí que me verías y aquí estoy —le contestó con una mirada determinante hacia los ojos.

Sin que pase demasiado tiempo sabían que la mejor manera de romper el hielo era dándose un abrazo que hiciera válida toda esperanza antes forjada. Y así lo hicieron. Las palabras en ese momento no eran muy fluidas pero las ganas de estar juntos sí, por lo que con el puro lenguaje de las miradas bastó para que se impulsaran y estiraran los brazos y se dejaran envolver por esa calidez que antes sólo había sido imaginada.

Cuando ya se les estaba despejando poco a poco el nervio y la timidez, comenzaron a hablar de diversos temas que ni siquiera lograban terminar cuando ya comenzaban otro.
Estando en su auto ella le preguntó, '¿y ahora qué?', a lo que el otro le dijo que primero fueran a comer porque después de tanta emoción su estómago le estaba cobrando la factura. Así que ella lo llevó a comer a uno de los restaurantes que con mayor frecuencia acudía con la intención de darle a probar la gastronomía de su tierra natal. 

Estando en la entrada del restaurante les preguntaron para cuantas personas sería la mesa, a lo que él respondió que para dos, e inmediatamente volteó su mirada hacia ella y le sonrió de una manera que se puso un poco nerviosa.
Mientras decidían que era lo que iban a ordenar, el teléfono de él sonó y llamó su atención. Revisó, y un mensaje de texto esperaba que fuera leído. Abrió el mensaje y este decía '¿Llegaste bien?'. No creyó que fuera importante responder de inmediato porque su atención se centraba enteramente en Clarissa.
Hablaron por más de 3 horas en esa mesa. Se dijeron tantas cosas, que curiosamente eran las mismas que siempre se decían, con la diferencia que ahora se estaban viendo las expresiones faciales y los ademanes que hacían al platicar. Cuando creyeron que era prudente salir de ese lugar antes de que los corrieran por ocupar la mesa como banca de parque, optaron por ir a caminar porque estaba en su mejor punto el atardecer. 
En un momento de silencio incómodo porque se agotaban ya los temas de conversación, Gustavo sacó su teléfono para responder ese mensaje que tenía pendiente. 'Sí, gracias. En cuanto me desocupe te llamo'—le contestó fríamente a esa persona.
Sus miradas se atrajeron nuevamente y esas sonrisas tontas surgieron en sus rostros mientras él tomó su mano y le dio un beso en la mejilla diciéndole lo mucho que estaba feliz de estar con ella.



Continuará...

5 comentarios:

Anónimo dijo...

QUEJUMBROSO:
Me encanta, me encanta, me encanta :D
Menos mal que no te ibas a poner cursi, eh.
Te quiero.

Anónimo dijo...

P.D. Lo de cursi no es crítica, lo juro, es todo lo contrario.

Diana. dijo...

Espero la continuación.

Beso.

✿мαяє dijo...

Debo confesar que ya ni me paraba por aquí, de casualidad llegué, me acomodé, leí y decidí quedarme hasta que acabes 'Promesas de Sangre'.

No es que me quede, ni que me emocione, ni que me haya gustado mucho, ni que me dieran ganas de volver a escribir, ni que me esté.. Ah ya me voy.

Ya escribe/sube el Capítulo Dos.

Bite.

Novak dijo...

Anónonima: Si piensas que este fue cursi, espera a leer el próximo jajaja.

Diana: Cáele, ya se publicó.

Mare: Servida, reina. :)

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